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Los leoneses presumen de sol. Frente a la imagen aterida del invierno castellano-leonés, los habitantes del antiguo recinto de la Legio VII recuerdan al visitante que la ciudad es una de las capitales españolas con más horas de sol al año, y esta circunstancia climática no es ajena al éxito de Dominique Perrault en el reciente concurso para la construcción de un Ferial y Palacio de Congresos en el emplazamiento de la vieja azucarera Santa Elvira. Frente a la futura estación de alta velocidad, y flanqueando los secos edificios industriales existentes, donde propone alojar las salas de congresos, el arquitecto francés conforma el ámbito ferial bajo una colosal cubierta fotovoltaica y translúcida que se pliega ingrávida sobre el recinto, extendiéndose sobre la calle con una espectacular marquesina en voladizo para señalar la presencia del conjunto en el eje urbano que —por encima de las vías de ferrocarril y el río Bernesga— conecta una zona hasta ahora marginada con la catedral y el centro histórico. Este ferial ‘solar’, que capta con su gran cristal tanto energía limpia como las generosas subvenciones asignadas a las fuentes renovables, y que enciende de nuevo con el ajetreo de los congresos los impresionantes espacios deshabitados de la fábrica muerta, se impuso a otros diez proyectos en un concurso internacional donde decepcionaron la mayor parte de los equipos extranjeros.
Aunque el triunfo, tras una presentación articulada y elocuente, correspondió al autor de la Gran Biblioteca parisina y la Caja Mágica madrileña, los restantes premios se repartieron todos entre estudios españoles. El segundo se atribuyó a Francisco Mangado, reciente ganador del concurso de Palacio de Congresos de Palma de Mallorca, y que aquí defendió una propuesta sobria y pragmática, con la escueta adaptación de los galpones de ladrillo y acero de la fábrica para usos feriales, y unas salas de congreso de nueva planta animadas por pasarelas para evocar el orden azaroso de los conjuntos fabriles: otra interpretación de un programa familiar para el navarro, que tras el Baluarte de Pamplona tiene en construcción edificios de congresos en Ávila y Palencia —este último también en una antigua fábrica—, y que por cierto compite con Perrault, Chipperfield y tres ingenierías en el concurso para construir la estación de ferrocarril aledaña, que marcará la llegada de la alta velocidad a León. El tercer premio se repartió entre dos estudios madrileños, el de Fuensanta Nieto y Enrique Sobejano —autores del Palacio de Congresos de Mérida y vencedores en Zaragoza del concurso para el Palacio de Congresos que se ubicará en el recinto de la Expo 2008—, que presentaron un proyecto de gran fuerza escultórica, con un perfil serrado que se extrusiona para formar un volumen coronado por hileras de lucernarios titánicos; y el de Iñaki Ábalos y Juan Herreros, que formularon una áspera propuesta de exigente rigor, basada en la naturaleza expansiva de los programas feriales, y que ocupaba gradualmente la totalidad de la extensa parcela con un damero de cubiertas inspiradas en las de sus propias obras para estaciones depuradoras.
Los dos accésits del concurso distinguieron los proyectos de equipos también españoles: el de Andrés Perea, que junto con un grupo de jóvenes y brillantes colaboradores presentó una propuesta utópica y genérica de umbrella building que exacerba informáticamente las obsesiones de los años sesenta sobre el espacio isótropo creado por una cubierta horizontal donde se integran estructura e instalaciones; y el formado por Ricardo Aroca y Fernando de Andrés, que interpretaba con inteligencia pedagógica la inserción del conjunto en la estructura urbana, con especial sensibilidad ante la lógica histórica de la ciudad y la emoción estética que provoca la belleza azarosa de las ruinas fabriles. Más decepcionantes fueron los tres proyectos redactados desde Londres, ninguno de los cuales fue presentado por su autor: los toldos cerámicos y polícromos de Alejandro Zaera y Farshid Moussavi, el bodegón de piezas exentas de David Chipperfield, y el molusco alabeado de Zaha Hadid —el único que prescindía de las construcciones fabriles existentes— no lograron persuadir de sus ventajas. Tampoco lo consiguió la propuesta festiva de Eugenio Aguinaga y Ricardo Legorreta, pese al encanto elegante del veterano arquitecto mexicano, ni la muy elemental de Carlos Ferrater y Juan Trías de Bes, defendida por éste con limitada convicción.
El jurado se reunió en el Auditorio de León, una obra refinada y urbana de Luis Moreno Mansilla y Emilio Tuñón, que cierra escenográficamente el ámbito ciudadano conformado por la portada del Hostal de San Marcos con una celosía multiabocinada de ritmo sincopado y sabor corbuseriano, y que dialoga cortésmente con sus vecinos para albergar una sala de madera oscura, íntima y cálida como una bodega de barco, cuya nítida acústica de terciopelo pudimos ver elogiada por el tenor Jaume Aragall. Los mismos arquitectos madrileños son autores de otro edificio leonés, el espléndido MUSAC, donde su lenguaje contextual se hace estructuralista para permitir que sea una malla geométrica de cuadrados y rombos la que genera el museo, cuyo perímetro se recorta atendiendo más a su ley interna que al desabrido entorno urbano, en una recuperación crítica de las experiencias holandesas de hace cuatro décadas, aquí monumentalizadas y ornamentadas por el gran gesto cromático de la plaza de acceso —que reproduce mediante el pixelado colosal un fragmento de la más antigua vidriera de la catedral—, devenido emblema o logo de la jovencísima y modélica institución artística que alberga. Vargas Llosa elogiaba hace poco el clima cosmopolita del Berlín que hoy expone a la extraordinaria Shirin Neshat, y sólo le faltó añadir que la mejor muestra que ahora puede verse de la cineasta y fotógrafa se halla precisamente en el MUSAC leonés. En el Hostal de San Marcos nos cruzamos con el lúcido y huraño Michel Houellebecq, que había abandonado su reclusión almeriense para recibir un premio, y la conjunción improbable de la artista iraní y el escritor francés obliga a pensar que esta ciudad puede reconciliar imaginarios culturales tan antitéticos como diversos son los trayectos de sus dos más notorias figuras políticas, Rodolfo Martín Villa y José Luis Rodríguez Zapatero: misterios polícromos del sol que se quiebra en las vidrieras de León.