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En la periferia de Madrid, frente a la autovía A1, la nueva sede del banco BBVA ocupa un terreno rodeado de nueva construcción, edificios comerciales y desarrollos residenciales dispersos. El solar, en construcción desde 2010, se localiza al norte de la principal arteria de crecimiento de la ciudad, donde se levanta ahora su nuevo centro financiero. En el momento en que el BBVA compró el terreno, a este contexto se sumaba otro factor determinante, y es que el solar estaba parcialmente ocupado por ocho estructuras en fase de construcción cuyo avanzado y correcto estado pedía que fuesen incorporadas al nuevo desarrollo.
El proyecto, que albergará las oficinas centrales del banco con unos 6.000 puestos de trabajo, propone precisamente un edificio intimista que se abstrae de las condiciones exteriores, creando un paisaje interior de jardines y construcciones bajas que se extiende como una alfombra por casi toda la superficie del solar y absorbe, en la medida de lo posible, las construcciones preexistentes. Esta configuración, semejante a la de los jardines árabes, da lugar a una ciudad amable donde las comunicaciones se producen en horizontal a través de espacios verdes de escala humana; la construcción se divide en unidades pequeñas donde es más sencillo para el trabajador sentirse parte de un grupo concreto; y la transparencia de los cerramientos maximiza las vistas y el sentimiento global de comunidad.
La arquitectura que resulta de este nuevo tejido urbano responde claramente a los condicionantes climáticos e integra de forma natural las ventajas de la construcción mediterránea: calles estrechas y ajardinadas, forjados rematados en voladizo que arrojan sombras o brise-soleil que protegen del soleamiento directo. Estas características permiten aplicar vidrio en todos los edificios —retranqueado de la línea de fachada— e iluminar naturalmente las estancias. Los parasoles, situados en toda la periferia del complejo y fijados entre los cantos de forjado en voladizo, se adaptan a la orientación de la fachada con variaciones en tamaño y con un corte en la base en diferentes ángulos, de forma que no obstruyen las vistas.
Con las cuatro torres de la Castellana como telón de fondo, el complejo ofrece también una referencia vertical para situarse en el
madrileño. Una torre de silueta ovalada que, como recortada del tejido y colocada en vertical, ofrece otra tipología de oficinas en altura con vistas hacia la ciudad y la sierra, y libera espacio en el solar para crear una plaza interior que funciona como lugar de encuentro del recinto. Juntas, la torre y la plaza otorgan direccionalidad y orientación al complejo.