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Francine Weisweiller era una socialité francesa, mecenas de Jean Cocteau, a la que le encantaba organizar innumerables saraos en su villa ‘Santo Sospir’, en la Costa Azul. El escritor francés no solo acudía puntual a la cita, sino que disfrutaba de cada velada hasta salir el sol. Pero una noche sucedió algo extraño, mágico, y una de esas cenas acabó por convertirse en una estancia de doce años. La señora Weisweiller sucumbió al embrujo de aquel tipo genial y no le dejó escapar. De esa década nacieron centenares de dibujos y decenas de paredes tatuadas. Eran líneas sobrias que parecían realizadas de un solo trazo. “Las líneas insignificantes se convierten en significantes”, solía decir el poeta mientras jugueteaba con su anillo Trinity, diseñado en su honor por el propio Louis Cartier.
El edificio brutalista tiene un patio circular.
Medio siglo después, otro Cocteau y otro Santo Sospir reescriben una historia similar en la que la poesía y el diseño se entrelazan como los anillos de Saturno. ¿Los protagonistas? De nuevo Cartier, pero esta vez acompañado por dos iconos irrepetibles: el diseñador Jaime Hayón y la antigua embajada británica en Madrid. Este edificio, situado en la zona noble del barrio de Chamberí, fue proyectado en 1966 por el arquitecto británico W. S. Bryant –uno de los reyes del brutalismo inglés– y el arquitecto racionalista español Luis Blanco-Soler, autor del hotel Wellington de Madrid, el barrio de El Viso de la misma ciudad y varios edificios de El Corte Inglés, entre otros. Un escenario perfecto para acoger la presentación mundial de la nueva colección de alta joyería Beautés du Monde de Cartier.
La inspiración del espacio se encuentra en el código de texturas y formas del mundo natural. Las líneas suaves y orgánicas utilizadas a lo largo de la instalación crean una atmósfera mágica donde la luz y el color dibujan un entorno de ensueño.
© Silvia Tortajada
A diferencia de Cocteau, Hayón no ha necesitado una década para intervenir el espacio, pero el resultado es todavía más sorprendente. “Cuando empecé a diseñar enseguida lo imaginé como un cabinets de curiosités. Pero el concepto fue creciendo poco a poco al ver que desde la firma se habían inspirado en diferentes mundos para la nueva colección. Así fueron surgiendo universos que rendían tributo a la naturaleza, la geografía o la historia”, explica Jaime Hayón con una ilusión contagiosa que le impulsa a mezclar palabras en español e inglés con divertida naturalidad.
Durante todo el mes de junio, Cartier reunió las cerca de 100 piezas del primer capítulo de la colección Beautés du Monde, así como una selección de piezas de Alta Joyería, Cartier Tradition y Alta Relojería.
© Silvia Tortajada
Hace unos meses recibió el Premio Nacional de Diseño y su agenda de proyectos no ha parado de crecer. En esta ocasión, Cartier ha confiado en él para rendir homenaje a “la diversidad de la belleza”. Bajo esa premisa ha conseguido estilizar el mamotreto de Bryant y Blanco-Soler –que ahora también es un poco suyo– y convertirlo en una sucesión de arcos construidos en torno a un pozo de luz, donde el color es omnipresente y el diseño es puro. Una experiencia singular que invita a la exploración y al descubrimiento de la colección Beautés du Monde. “Este juego de arcos representa la historia de la humanidad. Desde la Antigua Roma hasta ahora, los arcos han sido símbolo de triunfo, y me han ayudado a suavizar la arquitectura radical del edificio; tan matemática, muy de piedra y cemento. También hemos diseñado un código de colores basado en lo natural y lo mineral: verdes, rojos, azules, amarillos… Y qué decir de esa luz única que reverbera en los vidrios que encargamos a Glas Italia”, nos dice.
Cartier ha elegido como escenario la gran obra brutalista de Bryant y Blanco-Soler, que se inspira en la forma de una plaza de toros. Su patio interior cuenta con una fuente y las ventanas de su fachada recuerdan a los típicos burladeros.
© Silvia Tortajada
El edificio no solo cuenta con unas formas muy singulares, sino que exuda una energía mística que a Hayón le recuerda al Jantar Mantar de Jaipur. Se trata de uno de los cinco observatorios astronómicos construidos en la India por el maharajá Jai Singh, que permitían el estudio de la evolución de las sombras producidas por el sol. “Además del Jantar Mantar, me acuerdo también de Le Corbusier y su trabajo con la iluminación. En este espacio de Cartier hemos intentado respetar la matemática del lugar y no tapar ningún arco. Siempre encontrarás un huequito de luz. Y eso es muy bonito porque tienes una referencia constante para situarte. Lo cierto es que esta arquitectura es un poco mágica porque estamos en un círculo”, añade.
Las personas que invitamos a casa son como los hijos, una lotería. Los hay que dan ganas de achucharlos todo el rato y otros que se pasan el día dando la brasa. El problema aparece cuando de la lista de invitados emerge un representante de la tercera categoría, tan incierta como que hoy hace bueno y mañana quién sabe. Pero siempre son los mejores porque desarman el protocolo y todo adquiere un nuevo sentido. Más feliz, más festivo; siempre mejor. Jaime Hayón forma parte de esta categoría y Cartier lo sabe bien. Invitarlo a su maison brutalista de Chamberí ha sido la mejor idea que podían haber tenido, como cuando Francine Weisweiller abrió las puertas de su villa a Cocteau.
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